martes, 2 de diciembre de 2008

La inutilidad de las palabras

Os resultará irónico que para explicaros la inutilidad de las palabras las tenga que emplear.
El caso es que voy a hacerlo y así entenderéis lo que esconden mis silencios, o simplemente, cualquier silencio.
Remontémonos 3.000.000 millones de años, si es que nuestra mente es capaz de abarcar esa cifra. Estamos en un planeta totalmente diferente al actual: un clima más duro, más vegetación, antiguas razas de animales que triplican en tamañoa las de hoy en día. Un terreno hostil, austero.
De un árbol desciende un simio. Un simio cuadrípedo, que no ve entre la maleza de la sabana y siente el impulso de elevarse sobre sus patas traseras. Otea el horizonte en busca de comida.
Así nace el bipedismo humano. Comienza a dar un paso, tambaleándose. Da otro, esta vez un poco más seguro. Camina, anda, se sostiene en pie. Y sigue dando pasos.
Detrás, su manada, su grupo, su familia. Se adentran en la sabana. Conocen el peligro y se arriesgan a seguir.
Los árboles escasean, y por lo tanto el alimento. Buscan lo que pueden, y no encuentran nada.
Llegó la selección natural. Llegó el momento de adaptar un sistema digestivo herbívoro a uno con capacidad para tdo tipo de alimentos. Así nace el ser humano omnívoro, que, desesperaro, come, traga, engulle todo lo que encuentra a su paso, si es que lo encuentra.
Tras ponerse de pie y variar sus gustos, llegan los grandes desafíos. Este homínido primigenio es más alto, ya no está tan encorvado y su metabolismo ha cambiado; pero sus crías son más frágiles y dependientes que aquellas que vivían colgadas de los árboles. Al a ver aumentado de altura, el canal de parto de las hembras se estrecha y es necesario un desarrollo de la cría post-parto. Las cosas se empiezan a complicar, parece que 9 meses de gestación no osn suficientes para estos neosimios.
Además de eso, pierden las garras, pierden pelo y sienten la necesidad de cobijarse y tapar sus cuerpos. Surge el hombre de las cavernas, el hombre de Cromagnon y con él la tecnología.
Fuego, caza, pinturas, ritos. Nace la cocina, el arte, la religión. Nuestro homínido parece estar servido.
Pero completadas las necesidades de cobijo, vestimenta, alimentación y seguridad, surge una nueva necesidad: la necesidad de saber cómo relacionarse para obtener lo que uno quiere.
Unos cuantos gemidos son suficientes para querer decir "acércame esto", "es hora de cazar", "tengo hambre", "hace frío", "necesitamos emigrar".
Nuestro homínido se rige por la necesidad para comunicarse. Y con unos cuantos sonidos, emjor dicho, ruidos guturales, parece ser suficiente.
Un día, uno de estos hommos primigenios es capaz de transmitir una idea mediante dibujos, más gemidos y gestos. Nace la mente abstracta. La resolución de problemas, la mente lógica.
Y todo esto por necesidad.
Otro día, un hommo se acerca a una hembra a la que quiere cortejar. Pero ésta no parece entender. Ella vive en la caverna, tejiendo ropas, cuidando de las crías, y manteniendo todo en orden. Parece ser que su mante no ha abstraído tanto como la del macho.
Él insiste, pero ella parece pasar del asunto.
¿Qué hace él? ¿La invita a ver las estrellas? ¿Le trae un ciervo entero para ella? ¿Le trae algo brillante, algo que llame su atención?
No. Nada de eso. Se le ocurre articular sonidos de forma ordenada y limpia, sonidos que antes no parecían haber escuchado. Se le ocurrío hablar. Inventar la palabra.
Se le ocurrió que para obtener lo que quería, para cubrir SU NECESIDAD, debía confundir a su querida hembra. Debería tantearla, intuir lo que pensaba, lo que quería, lo que buscaba.
Y para ello empleó la palabra. Y con ella sus derivados; piropearla, prometerla, mentirla.
Todo esfuerza era poco para conseguir su misión.
Y así, nace la palabra. De la necesidad de "no entenderse", de confundir al contrario para conseguir lo que uno quiere. De lanzarse ataques disfrazados de palabras bonitas, de tantear lo que el otro piensa, otear lo que busca, exprimir hasta no poder más la información obtenida de sus respuestas, gestos, miradas. De lo que el otro también nos oculta, de adivinar lo que está queriendo decir cuando dice algo. De hacer trampas mutuamente.

Ahora, decidme. ¿No hay nada más inútil que las palabras?
Dicen que una imagen vale más que mil palabras.
Yo digo que un silencio vale...creo que me callaré.

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